Opinión

Mi madre enfermera

Artícullo de Alberto Román Moraleda narrando sus vivencias con su madre, enfermera.

18 abril 2016 / Número 8 3 minutos de lectura

Siempre he tenido la impresión de que mi madre no descansaba nunca. No hay vacaciones para las enfermeras, ni convenio capaz de regular estas dos actividades.

Ser enfermera y madre parece que son facetas de la misma actividad: cuidar con técnica y palabras; con conocimientos y experiencia; con firmeza y cercanía; con humildad y buen trato; enseñándote a pensar e inculcándote buenos hábitos. Por ello, tiñe la vida de todos los que por suerte nos toca vivir esta experiencia.

Soy un chico de 31 años. Vivo en mi propia casa, lo que no quiere decir que viva independizado, pues el vínculo madre-hijo siempre está presente y ante cualquier vicisitud de la vida, la familia y, en especial, la madre es la persona de referencia para ayudarme.

Haciendo una retrospectiva de mi vida, recuerdo jugar con mi hermano en nuestra habitación las mañanas de los sábados y domingos, intentando hacer el menor ruido posible, pues nuestra mamá había estado trabajando toda la noche. Aquellos días, nuestro padre solía llevarnos a ver museos, algo de lo que guardo un grato recuerdo. Sin duda, es un momento que también le hubiera gustado disfrutar a nuestra madre. Es ahora cuando me doy cuenta del sacrificio que exigen las guardias y del papel tan importante que tiene y debe asumir el cónyuge.

“Valga esta carta abierta para condecorar a todas las madres enfermeras y darles un gran aplauso y reconocimiento, en especial a mi mamá Carmen”.

Durante la adolescencia y su etapa posterior, me acuerdo de ver su calendario de trabajo. Como algo rutinario, ya sabíamos cómo actuar y colaborar si estaba de noche. Debo reconocer que nunca fui capaz de saber realmente cuándo trabajaba y cuándo no, pues los cambios entre compañeros eran asiduos y siempre estábamos despistados, una situación ante la que siempre se esbozaba una sonrisa en la cara de nuestra madre, debido a nuestra perplejidad.

Otra de las cualidades que siempre me han sorprendido de ella, es la energía que tiene. Llegaba a casa después de toda la noche trabajando y hacía alguna tarea doméstica. Dormía cinco horas y estaba de nuevo haciendo más actividades, ayudándonos con los deberes, haciendo la merienda, jugando con nosotros y, todo ello, sin demasiadas autocomplacencias y siempre comprometida y dispuesta. Siempre creí que mi madre tenía súper poderes.

Soy ingeniero de telecomunicaciones y trabajo para una multinacional. Llevo estos dos últimos años viajando por todo el mundo y, por tanto, he tenido que ponerme muchas vacunas. Pueden adivinar quién era mi asesora. Es la misma persona que me atendía y pasaba consulta por Skype cuando estaba enfermo y entre nosotros había 7.000 km de distancia. Sí, esa persona era y es mi enfermera 24×7, mi madre. Cuando estás enfermo, si bien es cierto que la mayoría de veces acudes a tu madre, qué fácil resulta y qué tranquilidad infunde cuando tu madre es enfermera. En el subconsciente, sabes desde pequeño que tu mamá cuida y cura a personas enfermas. Por tanto, ya tienes asumido que contigo hará lo mismo, evitando en muchos casos tener que asistir al centro de salud. Por tanto, para mí, el centro de atención primaria ha sido y es mi madre. El vínculo madre-enfermera tiene un efecto placebo que aún no ha sido posible reproducir por ningún laboratorio farmacéutico. Además, creo que ella me ha inculcado que la enfermedad, en algunos casos, es un indicador o un testigo de tu estilo de vida y un estímulo para recuperar la salud.

Vivir con una madre enfermera no siempre resulta fácil por sus horarios. La conciliación de vida laboral y personal es más difícil, requiere de comprensión y ayuda de todos los miembros de la familia. Valgan como ejemplo fechas tan señaladas como las nochebuenas, días de navidad, nochevieja y reyes en las que para un hijo es tan importante que esté su madre, y lo difícil que se hace para ellas acudir ese día a trabajar. Lejos de que esta situación suponga un drama, despierta y desarrolla el sentimiento de solidaridad y comprensión en los hijos y, por supuesto, de admiración por la persona que ese día va a estar ayudando a quienes lo necesitan. Quién mejor que mamá.

Quizás será porque es algo que esperamos, se nos olvida reconocérselo y lo damos por hecho, sin tener en cuenta muchas veces la carga personal y emocional que lleva sobre sus hombros. Aun así, siempre está presente con su mejor cara para calmarte, para darte un beso, para curarte, para hacerte una sopa y para una infinidad más de cuidados. Para mí, hablar de enfermeras es hablar de compañía, de amparo, de plato caliente, de consuelo, de seguridad y de tantas otras cosas que reconfortan el alma. Por eso, valga esta carta abierta para condecorar a todas las madres enfermeras y darles un gran aplauso y reconocimiento, en especial a mi mamá Carmen. Hablo en nombre de mi hermano y en el mío propio para decir bien alto y con orgullo gracias. TE QUEREMOS y estamos orgullosos de ti.

Etiquetas: valores enfermeros,Con otros ojos