A lo largo de esta segunda edición de los premios Enfermería en Desarrollo, hemos podido comprobar de nuevo el enorme capital intelectual que existe en nuestra profesión. Tenemos mucho que aprender, mucho que aportar a la sociedad, y mucho que enseñarnos unos a otros.
Estamos acostumbrados a entender el capital intelectual de una organización como sinónimo del conocimiento intelectual, resultado de un esfuerzo individual que nos lleva a un desempeño profesional excelente. Sin embargo, esto es cierto sólo en parte. Si algo determina el potencial de una persona y el valor que se genera en nuestras organizaciones son las relaciones que establecemos con los demás.
La inteligencia y la destreza de las personas que trabajan juntas, así como su capacidad para relacionarse, y aprender unas de otras adaptándose a nuevas situaciones, son la base sobre la que se construyen los grandes proyectos y se transforman los retos en objetivos alcanzados. Apostar por la calidad de estas relaciones es esencial para facilitar la expresión de todo el potencial que posee cada una de las personas. Esto implica no sólo un trabajo personal, sino también un desarrollo institucional que proporcione estructuras adecuadas que permitan la puesta en práctica de aquello que los profesionales saben y pueden hacer.
Como parte inseparable de los valores intangibles de una organización, hay que considerar también el capital emocional, determinado por el conocimiento de uno mismo y nuestras relaciones con los demás, ya que ambos desempeñan un papel protagonista y crítico en nuestra percepción y capacidad para adaptarnos y modificar nuestro comportamiento en función de los requerimientos de cada situación.
El tercer componente del capital intelectual de una organización, un equipo de trabajo o una profesión, viene determinado por la profundidad y extensión de las relaciones que establecemos hacia el exterior. Si los profesionales no se comunican, no trasladan a la comunidad sus experiencias y descubrimientos, no existe transferencia de conocimiento, lo que impedirá, a su vez, la generación de nuevo conocimiento.
Si esto no lo entendemos así y no somos capaces de valorarlo, el potencial intelectual y emocional se interioriza hacia el desarrollo individual, dando lugar a la aparición de las superestrellas. Todos sabemos de lo que estamos hablando. Conocemos a compañeros o jefes que, únicamente preocupados por brillar, utilizan el esfuerzo, la ilusión y el trabajo de los demás para alcanzar sus propias metas, impidiendo con ello, a la larga, la visibilidad y el crecimiento de toda la organización. Si esta actitud se mantiene, provoca la “huida” de los profesionales y la parálisis intelectual de la organización.
Quiero expresar, por tanto, mi agradecimiento a todas las personas que, comprometidas con su profesión, sus pacientes y sus organizaciones, han querido un año más que su conocimiento, esfuerzo y experiencia podamos compartirlos, y pasen a formar parte del capital intelectual de nuestra profesión.