Opinión

La fortaleza del eslabón más débil

La crisis del coronavirus ha puesto a prueba la fortaleza de cada eslabón, de cada persona que forma parte de la cadena, entre ellas de las enfermeras

05 mayo 2020 / Número 24 2 minutos de lectura

Hace seis meses ninguno sabíamos qué era y ahora determina nuestras vidas, marca casi cada uno de nuestros movimientos y condiciona muchas de las decisiones que tomamos. Empezamos a vislumbrar las consecuencias para la economía, y los cambios que va a provocar en nuestra forma de vida, incluyendo cómo nos relacionamos con los demás.

Desconozco la información previa o si los datos llevaban a pensar que el peligro pudiera ser tan grande. A posteriori, sabemos que entonces infravaloramos los riesgos y la extensión de la amenaza. Como consecuencia de ello, se tardó demasiado en movilizar los recursos imprescindibles.

Thomas Reid, filósofo escocés del siglo XVIII, escribió que una cadena es tan fuerte como lo sea el más débil de los eslabones que la componen. Esta crisis ha puesto a prueba la fortaleza de cada eslabón, de cada persona que forma parte de la cadena. Entre todos, hemos logrado que, aun con abundantes fricciones, se haya mantenido intacta, a pesar de que en varias ocasiones ha rozado su punto de máxima tensión.

¿Cómo se está consiguiendo? Adaptación al cambio, aprendizaje continuo, agilidad y flexibilidad para cuidar a unos pacientes de los que se desconoce casi todo y, al mismo tiempo, capacidad para gestionar nuestros propios miedos y situaciones personales.

Es este un tiempo en el que se nos exige la máxima concentración y rendimiento, en un escenario desfavorable, sin recibir demasiadas veces el material mínimo necesario que garantice nuestra seguridad. Los profesionales también enfermamos y tenemos miedo por nuestra salud y por la de nuestras familias; sobre todo, si pensamos que, por la ausencia de los medios adecuados de protección, podemos ser los responsables de la enfermedad de alguna de las personas a las que amamos.

“Cada tarde al oír los aplausos, pienso que nunca sabremos qué hubiera pasado si ese reconocimiento que ahora está provocado por el miedo, hubiera sido acompañamiento, aplauso y apoyo en tantas mareas blancas de los últimos años”

Hace unos días, escuchaba un podcast de la revista 5W sobre el coronavirus, y Agus Morales, director de la revista, contaba cómo le impresionaba ver los momentos de euforia que se producen cuando se da de alta un paciente de la uci o del hospital, entre aplausos y vítores del personal. Contaba cómo le recordaba un ritual que realizaban los africanos al dar de alta a un paciente que había superado el ébola. Cada persona recuperada ponía pintura en la palma de su mano y dejaba su huella en el muro de los supervivientes. No estaba claro si éste era un momento alegre para la persona, que estaba muy abrumada, o si quienes lo valoraban realmente eran los de alrededor, todas las personas implicadas en la lucha contra el virus, que lo necesitaban para seguir creyendo en lo que estaban haciendo. ¡Qué gran verdad!

Nosotros seguimos trabajando, a pesar de un descontento profundo, de un malestar y una frustración que van calando hondo, en cada célula de nuestro ser. Y lo hacemos porque es lo que tenemos que hacer, porque es lo que sabemos hacer, cada uno en el lugar de la cadena que le corresponde.

Cada tarde al oír los aplausos, pienso que nunca sabremos qué hubiera pasado si ese reconocimiento que ahora está provocado por el miedo, hubiera sido acompañamiento, aplauso y apoyo en tantas mareas blancas de los últimos años. Pienso también en cómo sería si no se extinguieran cuando esto pase y se convirtieran en apoyo para volver a levantar lo que de verdad importa, una sanidad pública y de calidad.

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