Opinión

Cambio de paradigma

La pandemia ha aumentado la vulnerabilidad de las personas más frágiles. Frente a esta realidad, la información de salud debe ser inclusiva, pues es un derecho. Con la inclusión contribuiremos a conseguir un mundo más saludable, menos desigual y, por lo tanto, mejor.

08 julio 2021 / Número 27 3 minutos de lectura

La crisis que estamos viviendo a consecuencia de la pandemia por covid-19 ha destapado muchas carencias en nuestro sistema sanitario y en el sistema de bienestar. Son carencias recurrentes, que ya sufríamos y reclamábamos previamente.

La pandemia no ha hecho otra cosa que amplificar la vulnerabilidad de las personas más frágiles, como los ancianos, los niños, las personas con discapacidad, sin hogar, con enfermedad mental o migrantes; y evidenciado, en muchos casos, la falta de igualdad de oportunidades que existe para el acceso y participación de las medidas sanitarias.

La coyuntura actual urge a reflexionar sobre cómo se transmiten los mensajes de salud. ¿La información sobre las medidas sanitarias y de cuidado se ha comunicado de una forma equitativa para todas las personas? La cantidad de información recibida ha sido difícil de asimilar y comprender por todos, pero con muchísimos más inconvenientes para aquellas personas que, por diversas razones, no tienen la capacidad de entender y percibir los mensajes como lo hacemos la mayoría. Ya sea por no dominar la lengua, por alteraciones cognitivas o de salud mental, o simplemente por ser niños, no pueden, de la forma en la que esta información se comunica, transformarla en conocimiento que module su conducta a favor de la salud individual y colectiva.

La información equitativa no es aquella que se ofrece a todo el mundo por igual, sino la que trata y piensa en las personas de acuerdo con sus necesidades.

Ante esta dificultad se encuentran muchas personas en su vida cotidiana, y en muchos casos es un problema compartido por todos. Quién no ha salido alguna vez de la consulta del médico sin haber comprendido lo que le había recomendado; quién no ha mirado su informe clínico como si de un jeroglífico egipcio se tratase; por no hablar de los prospectos de los medicamentos o el laberinto que supone moverse por un hospital.

Esto es importante. No podemos olvidar que la salud es uno de nuestros derechos fundamentales. También lo es el acceso a la información. Ambos están muy relacionados, porque sin información, no habrá salud. O cuanto menos no ejerceremos plenamente este derecho, ya que no estaremos en la posición de tomar decisiones autónomas y en nuestro beneficio.

Existen recomendaciones para el diseño universal, directrices europeas para hacer «información para todos»; también técnicas como la ‘lectura fácil’ o la comunicación aumentativa y alternativa; pero poco se habla de ellas, se promueven o integran en los medios de comunicación. Nos enseñan a escribir y a comunicar la información para una supuesta mayoría, para los que nos presumimos «normales». Pero… ¿Qué pasa con los migrantes, las personas con discapacidad, los ancianos o los niños? Sin verdadero acceso a la información, ¿podrán ser ciudadanos de pleno derecho? Paradójicamente damos voz a las necesidades de las poblaciones vulnerables, pero no de una manera que ellas mismas puedan ser partícipes. ¡Hablamos de ellas o para ellas, sin contar con ellas!

El acceso a la información es un derecho, y si esta es inclusiva contribuirá a conseguir un mundo más saludable, menos desigual y, por lo tanto, mejor. No podemos mirar hacia otro lado

El principal pilar de la inclusión es reconocer que todas las personas tienen habilidades y potencialidades propias, distintas a las de los demás.

Solemos tratar los problemas colectivos como si fuesen responsabilidad de otros, y cuando estos problemas afectan a solo unos pocos, miramos hacia otro lado. Pero una de las enseñanzas de 2020 es que en cuestiones de salud todos nos necesitamos, todos tenemos la responsabilidad de cuidarnos y estar informados, con las mismas garantías de equidad. La información equitativa no es aquella que se ofrece a todo el mundo por igual, sino la que trata y piensa en las personas de acuerdo con sus necesidades.

La información de salud debe ser inclusiva. El principal pilar de la inclusión es reconocer que todas las personas tienen habilidades y potencialidades propias, distintas a las de los demás. Distintas necesidades exigen respuestas diversas o diferentes. La inclusión busca fomentar y garantizar que toda persona sea «parte de» y que no permanezca «separada de». Inclusión significa que el sistema ofrecerá la posibilidad de participar en igualdad de condiciones.

¡Tú eres parte del sistema! Puede que seas un profesional sanitario, periodista, gestor, político, profesor o persona anónima, sana o enferma. Puede que compartas información sobre salud por tu trabajo, o por gusto, que la necesites o simplemente la consumas. Sea cual sea tu posición, deberás o querrás que esta pueda ser comprendida. Y si es en el ámbito de la salud, esto adquirirá una dimensión de justicia social, y de deontología y ética profesional en muchos casos. Debemos contribuir a desarrollar mensajes de salud para todas y para todos, tanto en contenido como en diseño.

El acceso a la información es un derecho, y si esta es inclusiva contribuirá a conseguir un mundo más saludable, menos desigual y, por lo tanto, mejor. No podemos mirar hacia otro lado.

Etiquetas: igualdad,coronavirus