En las últimas décadas nuestro país se ha convertido en receptor de migrantes. Son personas que huyen de la pobreza, la guerra o de regímenes totalitarios y represores. Se juegan la vida con la esperanza de llegar a algún lugar donde puedan establecerse, trabajar y vivir con dignidad, opciones que no les ofrece el lugar donde nacieron.
El incremento de la población procedente de diferentes países y culturas ha traído consigo una creciente diversidad en la sociedad, que se ve también reflejada en el medio sanitario. Así, en el trabajo diario que realizamos las enfermeras, nos relacionamos y cuidamos a personas con otras costumbres, creencias, valores, y cómo no, con conceptos en ocasiones fuertemente arraigados que pueden ser muy diferentes a los nuestros sobre cuestiones como la enfermedad, la vida, la muerte, sobre cómo se enferma y sana, y sobre quién puede ayudar en el proceso de curación.
“Las enfermeras tenemos que prepararnos para ofrecer cuidados culturalmente competentes a ciudadanos procedentes de otras naciones, con otra visión del mundo”.
Las enfermeras formamos parte de la comunidad en que vivimos y compartimos, por tanto, sus creencias, sus miedos y su visión del mundo. La nuestra, es una sociedad en la que los prejuicios sociales son todavía habituales en casi todos los ámbitos. Seguimos, por ejemplo, leyendo en la prensa llamativos titulares en los que se antepone la nacionalidad del delincuente al delito: “un marroquí roba…”, “un búlgaro mató…”. O se habla de la entrada de inmigrantes asignándoles categoría de delincuentes por el mero hecho de traspasar nuestras fronteras: “La Guardia Civil detuvo a 50 ilegales…”.
Estos titulares no son, desde luego, tranquilizadores ni positivos para el grupo del que hablan. Contribuyen al mantenimiento de los prejuicios más profundamente arraigados entre nosotros. Y las enfermeras tampoco somos inmunes a ellos.
El trabajo con personas procedentes de otros países y culturas a menudo produce inseguridad y, en muchos casos, insatisfacción profesional, determinada habitualmente por nuestra falta de formación en competencia cultural o por la inexistencia de un entrenamiento específico para afrontar esta realidad.
Sin embargo, una de nuestras responsabilidades como profesionales de la salud es aprender a identificar estereotipos y prejuicios como primer paso para modificarlos. Tenemos que ser capaces de reconocer y enfrentar nuestros miedos e inseguridades ante personas diferentes. Esto nos acerca a ellos y forma parte de la esencia de nuestra profesión.
Las enfermeras tenemos que prepararnos para ofrecer cuidados culturalmente competentes a ciudadanos procedentes de otras naciones, con otra visión del mundo. De esta forma, aseguramos el derecho universal al acceso a la sanidad, tal y como proclama la legislación española vigente. No podemos olvidar que cuando nos ponemos el uniforme, sea éste del color que sea, pasamos de ser ciudadanos normales a ser la imagen y representación de nuestro sistema sanitario, donde el respeto debe ser la base de las relaciones.