La llegada de la jubilación es una buena ocasión para hacer balance de lo que ha sido la vida de una enfermera desde el punto de vista de quien ha compartido con ella los últimos cuarenta y tantos años de su vida. Si tuviera que definirla con una palabra, esa sería, sin duda, la de “vocación”. Como, seguro que han experimentado tantos otros esposos, parejas o compañeros, el equilibrio entre el cuidado de sus pacientes y el soporte de su familia ha marcado cada minuto de su existencia. El derecho de los pacientes a estar debidamente atendidos ha guiado siempre su conducta profesional tanto a nivel hospitalario como en Atención Primaria. Esto le ha supuesto trabajar muchas más horas de las que marcaba su convenio laboral.
La necesidad de alcanzar metas más o menos rutinarias, tales como la de cubrir objetivos, realizar cursos de perfeccionamiento profesional o elaborar memorias sobre el rendimiento de su unidad, cuando ejercía de supervisora en la planta de neurocirugía, no dejaban de ser males menores inherentes a su profesión, que siempre debían de estar supeditados a la calidad del servicio dado a sus pacientes. No le gusta la burocracia, su actitud es la de resolver problemas; hablar, acompañar, ayudar y cuidar a los pacientes.
Tras dejar la vida hospitalaria, y pasados ya unos cuantos años, observo que esa dedicación al paciente no sólo le ha reportado el agradecimiento de sus enfermos, también el cariño y reconocimiento de sus compañeros; enfermeros, auxiliares de enfermería, médicos, celadores, de toda la gran familia que conforma la vida hospitalaria.
Otra de las cualidades que siempre me han sorprendido de ella, es la energía que tiene. Llegaba a casa después de toda la noche trabajando y hacía alguna tarea doméstica. Dormía cinco horas y estaba de nuevo haciendo más actividades, ayudándonos con los deberes, haciendo la merienda, jugando con nosotros y, todo ello, sin demasiadas autocomplacencias y siempre comprometida y dispuesta. Siempre creí que mi madre tenía súper poderes.
Aunque con menos trajín que en el hospital, el cuidado y bienestar de sus pacientes es también la estrella que guía su conducta en el Centro de Salud Paseo Imperial de Madrid donde finaliza ahora su carrera laboral. La experiencia acumulada a lo largo de toda su trayectoria profesional, la sigue aplicando ahora a sus pacientes. Les veo por el barrio y observo el cariño con el que se dirigen a ella las personas que la conocen, hecho que hace sentirme muy orgulloso de ese reconocimiento y admiración.
“Veo por el barrio y observo el cariño con el que se dirigen a ella las personas que la conocen, hecho que hace sentirme muy orgulloso de ese reconocimiento y admiración”.
Dejando al margen los leves inconvenientes surgidos a veces por no coincidir en vacaciones, puentes, fiestas y fines de semana por sus turnos laborales, la cantinela “me tengo que ir a trabajar”, pronunciada por ella en las noches en que algún hijo nuestro estaba con fiebre, la tengo indeleblemente grabada en mi memoria. Debo reconocer que, en esos momentos, se me caía la casa encima. Pero no se iba sin antes haberme dado una serie de instrucciones sobre cómo atenderles. Pronto me di cuenta de su sabiduría y buen juicio. Efectivamente, sólo tenía que poner en práctica sus consejos y, como por arte de magia, aquello surtía efecto. No me queda duda de que su ejemplo de responsabilidad e implicación con su profesión ha influido definitivamente en la educación de nuestros hijos. Esta dedicación ha sido extensiva a toda la familia; a sus tías y a todos nuestros familiares mayores, trabajando y luchando para que siempre tuvieran una mayor calidad de vida ante la enfermedad y la vejez. Este gran amor a su profesión lo he encontrado también en otras compañeras suyas al tener el privilegio de moverme en círculos de enfermeras: todas ellas tienen una especie de carisma que las hace más humanas, más cercanas a todo lo que nos acontece cuando tenemos un momento de debilidad o una enfermedad.
Hoy soy la voz de todas las personas que hemos tenido la suerte de conocerte y que han estado en algún momento dado en tu camino: GRACIAS.
Así que, si me tuviera que enamorar otra vez, no lo dudaría, sería de Ricarda.
Pedro (esposo de Ricarda)