La Enfermería está en su mejor momento de preparación, con el Grado. Hasta lograrlo, han transcurrido cuatro décadas de cambios profundos y radicales, desde una enseñanza técnica y subordinada a otra universitaria y autónoma. En este proceso han destacado enfermeras que, por su implicación y preparación, han facilitado el camino al resto, en especial a las nuevas generaciones. Queremos analizar con una de ellas, Mari Paz Mompart, las circunstancias que han rodeado este desarrollo.
“Una mejor formación, para una mejor sanidad” fue el objetivo de la primera manifestación de enfermeras en 1976
Fue la primera manifestación de enfermeras. Llenaron el centro de Madrid, con el lema: “Por una mejor sanidad, ATS a la universidad”. Fue muy importante. Por primera vez, las enfermeras salimos a la calle, vestidas de enfermeras, no a demandar mejoras salariales, ni de trabajo, sino a reclamar una mejor educación en función de una mejor sanidad. Había dos grupos fundamentales. Uno en Barcelona, liderado por Rosa Blasco y Rosa María Alberdi, y otro en Madrid, con Milagros Herrero, Pilar Arroyo y yo. En el 77 sale el decreto de transformación. Realmente no era transformar, cambiar una denominación, sino modificar profundamente el plan de estudios. Tuvimos muchos apoyos de las universidades, como la de Barcelona y la Autónoma de Madrid, para tener una mejor Enfermería para una mejor sanidad. Ahí estuvimos, desde finales de los 70 a principios de los 80, cuando ya el plan de estudios estuvo asentado. Fue un trabajo complicado.
Una vida impulsando la Enfermería
El nombre de la profesora Mompart está vinculado con el desarrollo de la Enfermería en España. Aunque trabajó como enfermera asistencial, ha dedicado la mayor parte de su vida a la docencia, comenzando en la Escuela de ATS de la Clínica Puerta de Hierro de Madrid, que transformó en escuela universitaria. En 1981, participó en el curso de nivelación de ATS de la Universidad a Distancia (UNED). Como directora, fundó la Escuela de Enfermería y Fisioterapia de Toledo, donde ha sido profesora hasta su jubilación. Ha recibido el Premio Nacional de Enfermería San Juan de Dios a su trayectoria profesional. Es directora de proyectos editoriales de DAE, profesora del Máster de Gestión de Servicios de Enfermería de la UNED y vicepresidenta de la Asociación Latinoamericana de Escuelas y Facultades de Enfermería (ALA DEFE).
¿Por qué se optó por la diplomatura y no por la licenciatura?
La estructura de los estudios era así, de mayor y menor longitud, en función de las características de la disciplina. Desde el año 71, la Ley General de Sanidad estableció que Enfermería se transformaría en formación profesional o en diplomatura. No daba otras posibilidades. La verdad, seguramente el salto hubiera sido demasiado grande, de ser una enseñanza técnica, muy subordinada a la medicina, a ser una licenciatura. Seguramente la estructura universitaria no lo hubiera permitido. Pero ya en los planes de estudio se hablaba del progreso de diplomatura, licenciatura y doctorado. Había diseños curriculares que tendían a conseguir los máximos niveles para la enseñanza de la Enfermería. Pero no era posible, ni siquiera legalmente, y no hubiera sido bien visto. La diplomatura no tuvo el general consenso de las enfermeras. Hubo muchos frentes abiertos, desde quienes tratábamos de llevar adelante el plan de estudios hasta las enfermeras que tenían que apoyar, desde el punto de vista de la enseñanza, la práctica y demás. Hubo muchos problemas. Había quien tenía miedo al cambio, porque pensaban que las diplomadas las iban a desbancar, a ser sus oponentes. En los hospitales había cierto recelo contra los alumnos. Cuando llegó la transformación, que se había pedido con tanto entusiasmo, las enfermeras lo vieron con algún inconveniente. Por otro lado, la administración no ponía los medios. En las escuelas, teníamos que poner en marcha un plan de estudios distinto, con renovadas expectativas y nuevas necesidades. Y las administraciones, tanto las educativas como las sanitarias, de las que dependían muchas escuelas, no daban facilidades. Existía la imposibilidad legal de que las enfermeras enseñáramos. Al ser una enseñanza universitaria, quienes teníamos el título de ATS no podíamos enseñar. Hubo una nueva movilización. Al comenzar el curso 78-79, comunicamos a los estudiantes de las escuelas de la Autónoma de Madrid (La Paz, Puerta de Hierro…) que no les podíamos dar clases.
Se constituyeron en comité de huelga para informar a los medios, presionar al Insalud. Fue una movilización de todos, algo que ahora hemos perdido. En aquel tiempo de postdictadura fue efectiva. Conseguimos una disposición transitoria para que los profesionales pudiéramos enseñar en las escuelas universitarias. Fue un movimiento coordinado. Las cosas no suceden nunca por casualidad, sino que van sumándose unas a otras. La transformación de los estudios, la disposición transitoria que permitió a las enfermeras enseñar, el curso de nivelación que capacitaba a las ATS para tener el título universitario, la disposición para crear las direcciones de Enfermería… Supuso una mayor presencia de las enfermeras en la vida de la sociedad para hacer ver que era necesaria una mejor formación, una mejor situación en las estructuras de los hospitales… Ahora, yo creo que la sociedad española ha perdido esa capacidad de movilización. No sólo las enfermeras, pero sí muy especialmente. Lo que les está ocurriendo en sus puestos de trabajo, yo lo considero inconcebible.
“Tenemos que saber leer investigación”
La investigación se alcanza cuando se tiene madurez de conocimiento, que lleva a hacer preguntas. Ahora, no soy partidaria de que todas investiguemos. Tenemos que ser buenas consumidoras de investigación, saber dónde está bien hecha, los resultados que podemos aplicar. Hay que saber leer y utilizarla. Debemos tener formación en investigación. ¿Hacer investigación? Es una segunda etapa.
¿Cuáles fueron los momentos de cambio más importantes?
La publicación del decreto de integración de las escuelas en la Universidad, en julio del 77. Dijimos: “Hemos estado trabajando por esto y ya está”. El curso de nivelación también fue un elemento de aglutinación. En aquel momento había censados 150.000 profesionales. Hubo quien lo hizo porque no tenía más remedio, otros a disguto. Pero hubo gente que lo aprovechó. Fue una oportunidad para hacer los primeros libros de texto escritos por enfermeras españolas con conceptos nuevos de atención primaria, teorías de Enfermería, de las que nunca habíamos oído hablar. En diez años se nivelaron casi 100.000 enfermeras. Es un hecho académico y administrativo poco conocido, que contribuyó a transformar la profesión. Una vez alcanzado un nivel de conocimientos y aplicados, lo lógico fue que la Enfermería mejorara y que consiguiéramos ser una profesión a la que se empezó a tener en cuenta. Antes, no podíamos alcanzar las direcciones de las escuelas y se vio como algo natural que fuéramos sus directoras. Hablábamos de tú a tú con otros profesores universitarios y con los directivos. Fue un proceso que ha finalizado, de alguna forma, ahora, con el Grado.
¿Qué paralelismos y diferencias observa con la transición al Grado?
No existen paralelismos, sino continuidad. Aquello fue el inicio de un camino y esto es su culminación. La transformación no es la misma en ningún caso. ATS era una enseñanza técnica y subordinada. La diplomatura fue una enseñanza universitaria y autónoma, que ha seguido creciendo. Aquel cambio sí fue rotundo y radical. Los grados han cambiado poco los contenidos académicos, porque ya la diplomatura estaba muy asentada. El Grado ha permitido tener una estructura didáctica distinta, la posibilidad de que los alumnos estén un año más en la Universidad, lo que contribuirá mucho a la cohesión social. En tres años era muy difícil socializarse como enfermera. Se conseguía, pero con un esfuerzo enorme. Cuatro años van a permitir ese marchamo enfermero y un mejor asentamiento de los conocimientos.
Sobre las especialidades, con ATS se mantuvieron, luego desaparecieron y ahora se retoman. ¿Cómo ha afectado esto desde el punto de vista académico?
Soy muy escéptica, tengo que decirlo. Las especialidades, como están ahora, no aportan demasiado a las enfermeras ni a la Enfermería como profesión. No se pusieron en marcha entonces porque la administración no lo vio claro. Se han creado ahora por la presión, fundamentalmente, del Consejo General de Enfermería. Pero soy muy escéptica de que mejoren el trabajo enfermero.
Entonces, ¿son necesarias?
Sí. Creo que las enfermeras precisan una mayor formación en algunas áreas de trabajo. La forma de conseguirla, pues, no sé si es la mejor. Es una enseñanza que no está, en absoluto, vinculada con la formación previa. La enfermera sale como graduada de la Universidad y entra en un sistema distinto, por la práctica. Aprender haciendo es una máxima estupenda de la enseñanza, pero no sé si es bueno desvincularlo tanto del inicio de la formación. Por supuesto, se pierden muchos recursos, que están ya formados, pues profesores de las universidades, que son además prácticos, podrían colaborar perfectamente. Además, la formación es muy variable en las diferentes unidades docentes. No sé si es útil una formación que no tiene luego una salida laboral, que ya desde su definición dice que no tiene que ver con tener un puesto de trabajo. No tiene ningún sentido. No tiene ningún sentido, si no hay redefinición de los puestos de Enfermería. Habría que pensar si una enfermera de cuatro años graduada va a hacer lo mismo que otra de tres años diplomada. No sé si lo ha planteado alguien, pero yo lo hago constantemente. Habría que redefinir las responsabilidades de las enfermeras graduadas y, al hilo de eso, definir qué hace una enfermera especializada, qué marca la diferencia, qué retribución. No se puede pedir a una persona que estudie seis años para tener un sueldo de mínimos. Conozco muchas unidades docentes en las que las enfermeras de los hospitales o los centros de salud a los que van los EIR preguntan “y ¿éstos qué hacen?”. Va a ser un especialista por encima de mí, qué hago con él, qué le enseño. ¿Qué lo define? Pues no lo tenemos. No podemos decir que tiene un nivel X por encima del generalista, va a tener estas responsabilidades en el cuidado en los ancianos, los niños. Es un ejercicio interesante, está bien que haya personas que se formen, pero tengo algunas dudas respecto a la validez de esa formación, porque tampoco se evalúa excesivamente y, sobre todo, tengo muchas dudas en cuanto a que realmente mejore la calidad de la asistencia. Lo lógico es que sea una formación laboral, que sirva para acceder a un puesto de trabajo. Hemos querido asimilarlo al modelo MIR , olvidándonos de que las enfermeras no trabajan igual que los médicos, ni tienen las mismas estructuras de responsabilidades, no digo ni más ni menos, sino diferentes. Hemos hecho una mezcla que no creo que sea excesivamente útil. Los médicos tienen que estudiar el MIR para entrar al sistema nacional de salud. Las enfermeras no. Estudian las especialidades a ver si en algún momento alguien necesita una enfermera, pero ahora mismo puestos de trabajo para las especialidades no hay. Alguno ha salido para salud mental, pero de los demás no, excepto las matronas.
¿Cuáles son las debilidades y fortalezas de la Enfermería en España?
Fortalezas. Somos una profesión más conocida. Tenemos buenas herramientas de conocimiento disponibles, como profesión y como disciplina. Tenemos una presencia, y eso es una fortaleza que al mismo tiempo no sabemos utilizar. Tenemos una fortaleza en número. Somos muchísimos, estamos en todos los sitios. Todos los ciudadanos son usuarios potenciales de las enfermeras. Eso es una fortaleza indiscutible. ¿Y debilidades? Pues que no nos valoramos como profesionales y como disciplina, no somos conscientes del poder de influencia que tenemos, porque el conocimiento, la presencia y el número dan poder de influencia. Somos una profesión muy fraccionada, con enemistades grupales muy fuertes y persistentes. A veces nos dicen: “No, es que están desunidos”. Es otro de los argumentos de la administración, pero también falso, porque no creo que ninguna profesión sea una piña. En Enfermería hay mucha diferencia entre las del servicio y los educadores. No nos encontramos frecuentemente. No nos consideramos participantes de los éxitos los de la academia con los del servicio y los del servicio con los de la academia. La fragmentación es una debilidad y, sobre todo, la desunión activa, hay grupos enfrentados y, además, se sabe. No sabemos olvidar en momentos importantes que todos estamos por una profesión fuerte, seria y un mejor servicio. Una debilidad es que no sabemos vendernos, presentarnos a la sociedad. Lo hablaba con mis estudiantes. Uno se tiene que presentar… desde la enfermera que se presenta al usuario y le dice “buenos días, soy fulanita…” No soy Maripepi. No. Soy la enfermera Mompart. Es algo que las enfermeras, en función de la cercanía que queremos tener con los pacientes, nos pasa mucho. No nos sabemos presentar ni individual ni colectivamente. No nos sabemos presentar como defensores de los derechos de los usuarios. Eso es lo que más éxito les ha dado a las enfermeras de otros países, como las británicas, que son elemento imprescindible en el sistema de salud. Pero yo soy una persona muy positiva. Las cosas están muy mal, pero lo están para todos. De las dificultades hay que intentar sacar beneficios. Las enfermeras tienen que reivindicar que son las mejores soluciones para muchas de las cosas que están pasando en sanidad. Si se amplía el rol de la enfermera debidamente se podría ahorrar mucho dinero, liberar a los médicos de una cantidad de trabajo que supuestamente tienen. Hacer más fuerte el papel de la enfermera y, sobre todo, mejorar la atención a los usuarios, que eso es muy importante. Todo lo hacemos para dar una buena atención. Las enfermeras debemos insistir en poner primero el beneficio del usuario.