No hay un truco de magia, ni rituales secretos que realizar para conseguirlo. Que Olga Artiñano haya llegado a ser Campeona del Mundo en Sokatira compatibilizando su profesión enfermera (primero, en pediatría; después, en emergencias), incluyendo la docencia, y que, ahora, se dedique a competir y hacer exhibiciones de deporte rural junto a su equipo, Urtza HKT, no es gracias a las diosas. Es, simplemente, porque ha seguido un método: no procrastinar, organizar cada minuto de su semana y ser disciplinada.
Un esfuerzo que no todos creemos -o queremos, quizá- poder hacer. Ella misma se quita mérito, porque considera que no hace «nada extraordinario». Sin embargo, cuando el equipo de Enfermería en Desarrollo visitamos su caserío en Llodio, un municipio a 20 minutos de Bilbao, pudimos darnos cuenta de que sí lo es. Aunque no sea magia, sí es impresionante.
El deporte rural, nos explica, «incluye muchas disciplinas». Una de ellas, y en la que está más enfocada, es la modalidad de Tronza. Con su equipo, intenta «coincidir, al menos, una vez a la semana para entrenar todos juntos». Corte de tronco en vertical y horizontal (Tronza, en euskera), arrastre de piedra, levantamiento de peso (Harrijasotze, en euskera)… un circuito que no deja tregua y que supone una implicación considerable. «El mejor entrenamiento es subir el monte y luego bajarlo», bromea Olga. Su sentido del humor es elocuente, perspicaz y, además, sin ninguna intención -lo cual consigue que sea aún más desternillante-. «Es un trabajo de todos los días. Aunque nos juntamos en grupo, cada uno tiene su entrenamiento individual». Coincidir es complicado; como Olga, el resto compagina su pasión deportiva con su profesión. Mientras nos enseña su caserío, con caballos, perros y un gato cariñosísimo, ahondamos en el mérito que tiene llevar una vida como la suya. «La organización es una cosa muy de enfermeras. Cuanto más organizada y más txukuna (cuidadosa, en castellano) seas, mejor». Por supuesto, «también es muy importante tener un buen apoyo logístico».
Ganar en todo
Trabajó sus primeros cuatro años en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, alejándose de esa naturaleza que forma parte de su ser. Era cuestión de tiempo que volviese al norte. Lo hizo para trabajar en la Unidad Neonatal del Hospital de Cruces (Barakaldo), donde cursó la especialidad de pediatría y estuvo 14 años. Después, quiso convertirse en enfermera de emergencias de Osakidetza (en la uvi móvil terrestre y en el helicóptero), su actual puesto. Mientras todo eso llegó a ocurrir, entrenaba cada día valiéndose de ese apoyo. «Primero, de mis hermanas y de mi madre, y luego de mi marido. Yo no me puedo marchar 10 días a Sudáfrica si no tengo un marido que me dice vete y yo me cojo las vacaciones para estar con nuestros hijos. Eso ha sido vital». Por supuesto, también el de sus compañeras. «Me han ayudado muchísimo con los turnos y nunca me han pedido nada a cambio».
Olga no es una persona de medias tintas. Se retrotrae a su cambio de especialidad. «Cuando empecé en la emergencia, la decisión fue porque no estaba dando todo lo que yo creía que tenía que dar de mí. No me sentía con las ganas y la ilusión con las que yo había empezado. Me dije: «es el momento de cambiar».
Con la Sokatira, logró dos oros en el Mundial de China. También fue al Mundial de Sudáfrica en septiembre de 2018 y el que acogió Getxo en 2021. Durante tres décadas estuvo dedicada en cuerpo y alma a ese deporte. Sin embargo, con el tiempo, comprendió que había cumplido un ciclo que debía cerrar. Hace un año, ese palmarés se convirtió en una -preciosa- muesca en su historia, aunque ese deporte forma y siempre formará parte de su ser.
Soy una mujer que lucha por ganar en todo, siempre. No sé si es bueno o malo. En la enfermería también me pasa, quiero dar de mí lo mejor»
Más allá de la gestión del tiempo, también hace malabares con los números. «En la mayoría de las ocasiones, las exhibiciones del deporte rural son a fondo perdido, aunque te aporten visibilidad», sin contar el material que necesitan para entrenar. «En el corte de tronco, la madera con la que entrenamos es la de pino porque es más barata y es más fácil de conseguir, pero se tiene que cortar madera de haya, que es bastante más cara». El lado positivo es que todo se aprovecha. «El resultado del entrenamiento nos sirve para madera de la chimenea, o por si algún abuelito o vecino cercano no tiene».
Un mismo objetivo
A Olga no le sorprende nada de lo que cuenta porque encuentra un paralelismo evidente entre su faceta enfermera y su faceta deportiva. «Aquí, conocemos las fortalezas y debilidades de cada uno, y las salvamos para ir todos a una. En la enfermería es igual. Aquí, nuestro objetivo común es ganar los campeonatos y, allí, nuestro objetivo es llevar al paciente en las mejores condiciones de salud al hospital de referencia que le corresponda». Así de sencillo.
Desde el caserío, nos vigilan Goikogane Kamaraka, Ganekogorta, Untzueta y, al fondo, Gorbea, los montes de Santa Marina. En medio de esa paz, hablamos de prejuicios. Pese a la percepción casi generalizada de que el deporte rural es ‘a lo bruto’, Olga insiste en que conlleva trabajo y, especialmente, técnica. Su sentido del humor vuelve a aflorar. «No es un: «aquí tengo una piedra. Dámela, que te la lanzo encima»». Sobre todo, para evitar lesiones. «No llevamos protección en casi ninguno de los deportes que componen el circuito. Solo la espalda, cuando arrastramos la piedra, pero poco más». Eso supone un riesgo que se solventa -todo lo posible- con conocimiento, aunque confiesa que en más de una ocasión ha sobrepasado sus propios límites. «En las modalidades que se compite de manera individual sí que he llegado a forzarme mucho. Siempre piensas que puedes hacer una vuelta más». De nuevo, esa autoexigencia que va en su ADN.
Es inquieta, pero transmite calma. Y las personas a las que atiende lo perciben, especialmente cuando le toca trabajar ‘en el aire’. «Siempre les digo «estoy aquí, te estoy viendo», y normalmente acabamos dándonos la mano. Me centro tanto en la persona que me olvido del paisaje, me da lo mismo. Ya puede estar pasando la mayor maravilla del mundo que cuando llevo un paciente, estoy con el paciente». Se define, muy acertadamente, «apasionada» de su profesión. Es realista, «nadie vive del aire», pero considera que esa parte vocacional «es importantísima, porque te hace progresar». Lo ha demostrado, no le dan miedo los cambios. Ve un mapa inabarcable en su profesión, y quiere explorarlo. «Lo vivo tanto, y me da tanto… pienso que la enfermería no acaba nunca».