Opinión

No, ya no llevamos cofia

Es casi seguro que todos los que ahora leéis estas líneas habéis pasado muchas horas de vuestro tiempo de ocio disfrutando de la lectura de buenos libros, admirando obras de arte o excelentes interpretaciones teatrales. O tal vez hayáis preferido las series televisivas, las películas o cualquier otra de las muchas manifestaciones culturales en las […]

22 mayo 2024 / Número 35 2 minutos de lectura

Es casi seguro que todos los que ahora leéis estas líneas habéis pasado muchas horas de vuestro tiempo de ocio disfrutando de la lectura de buenos libros, admirando obras de arte o excelentes interpretaciones teatrales. O tal vez hayáis preferido las series televisivas, las películas o cualquier otra de las muchas manifestaciones culturales en las que las enfermeras somos protagonistas destacadas y donde se muestra de manera veraz nuestro trabajo, destacando la alta cualificación y competencia profesional de todo el colectivo.

Es casi seguro que, mientras leías el párrafo anterior, se ha puesto en marcha un proceso fisiológico por el que tus cejas se han levantado dejando a la
vista unos ojos grandes y redondeados con unas pupilas ligeramente dilatadas, mientras tu boca es también muy probable que se haya abierto dejando caer ligeramente la mandíbula. Es decir, acabas de poner cara de asombro e incredulidad. Y no es extraño. La imagen de las enfermeras que el cine y la literatura han mostrado y parecen empeñados en mantener en la mayoría de sus representaciones es la de un personaje secundario, plano, cuya conducta sigue unos patrones estereotipados, y en la que se obvia su carácter de profesional competente, independiente y adecuadamente formada.

Según las autoras L. Yagüe y L. Almudéver, en las representaciones cinematográficas se establecen 3 modelos claramente diferenciados: la enfermera angelical destaca por su bondad, dulzura y capacidad de sacrificio, pudiendo llegar, incluso, a abandonar su propia vida en favor de los pacientes; la enfermera malvada, sádica, que abusa de su poder, sabe que tiene el control y se aprovecha de la vulnerabilidad de sus pacientes para causarles dolor; y la enfermera como objeto de deseo, ese personaje pasivo, sin vida propia, cuya función viene determinada por su capacidad para alegrar/satisfacer a médicos y pacientes o que se enamora o mantiene un romance con otro personaje.

El cine, el teatro y la literatura tienen el poder de construir y consolidar arquetipos que la población aceptamos y hacemos perdurar. Es el momento de contribuir a que la visión estereotipada y sesgada que la sociedad tiene de nosotras empiece a deshacerse hasta convertirse en un recuerdo propio de siglos pasados.

Con Hygeia, queremos poner nuestro granito de arena. Hemos invitado a la población a contarnos cómo nos ve, lo que sabe de nosotras, a través de cortometrajes que nos permiten reflexionar y puede que entender por qué muchos de nuestros perfiles y competencias permanecen ocultos para la ciudadanía. Hemos comprobado, además, que aquéllos que se deciden a presentar un corto a nuestro concurso buscan enfermeras con las que documentarse, lo que aumenta su conocimiento sobre la profesión.

Y también os hemos pedido a vosotras, enfermeras, que mostréis cómo pensáis, lo que hacéis, lo que podéis hacer y lo que sentís. Que lo hagáis sin miedo, con humor y con amor, dejando de lado vuestros prejuicios y los estereotipos aprendidos y aceptados, porque merece la pena que nos conozcan tal y como somos. ¿Te atreves?

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