Los cimientos son la parte más baja de una estructura arquitectónica. La que proporciona soporte y estabilidad a todo el edificio. Su función es sostener la carga de los demás elementos, otorgarles firmeza. Si los cimientos de una estructura se resienten, podría verse comprometida la integridad de toda la obra.
Yo entiendo poco -o nada- de construcción, así que no pretendo enseñar a nadie. No nos quedemos con la forma; vayamos al fondo. Realmente, hablo del lugar donde se sostiene todo. De la base, del origen. Si lo pensáis, nuestra cabeza no funciona de manera muy distinta a como lo hace una casa. Necesita cimientos firmes y, a veces, apoyo para que no se venzan. Si no, podrían venirse abajo. Derrumbarse; descolocarse.
Según Unicef, uno de cada cuatro menores de edad sufre problemas de salud mental en nuestro país. La asociación Fad Juventud publicó un estudio post pandemia que señalaba que el 66,8% de los jóvenes sintieron su salud mental afectada por la situación de miedo e incertidumbre. Si en 2021 preocupaba el alto número de suicidios infantiles, en 2022 llama la atención el aumento del suicidio adolescente (de 15 a 19 años): se registraron un total de 75, según el último informe publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Algunas de las causas principales (y siempre multifactoriales): trastornos de la conducta alimentaria (TCA), acoso escolar y violencia familiar. Datos, tablas y porcentajes que se materializan en una desgarradora realidad: el suicidio se ha convertido ya en la segunda causa de muerte de los jóvenes españoles.
Pero hay más. Sin desencadenantes sociales, existen trastornos del neurodesarrollo que se manifiestan en la infancia y perduran a lo largo de la vida, y que también necesitan apoyo. El Informe Olivenza 2022 del Observatorio Estatal de la Discapacidad (OED) señala que hay una persistente carencia de profesionales especializados en el manejo del Trastorno del Espectro Autista (TEA), aunque paradójicamente los diagnósticos hayan aumentado notablemente en la última década. Concretamente, la Confederación Autismo España destaca, en base al último informe del Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes, un incremento del 310,36% desde el curso 2011/2012. De nuevo: datos, tablas y porcentajes que nos gritan que sus ‘cimientos’ necesitan atención.
No juzgar
Voces que, afortunadamente, sí son escuchadas en algunos lugares donde se encuentran enfermeras especialistas en salud mental como las que vamos a conocer a lo largo de este reportaje. La Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital Universitario Virgen de las Nieves de Granada consta de tres servicios: consultas externas, Hospital de Día y un área de Hospitalización en el Hospital Materno Infantil. Dentro del organigrama asistencial, la unidad se encuentra en un tercer nivel: asiste a todos aquellos niños y adolescentes que, por su gravedad u otras particularidades clínicas, no pueden ser atendidos de forma adecuada en Atención Primaria (primer nivel asistencial) ni en las Unidades de Salud Mental Comunitaria (segundo nivel asistencial).
Les cuidamos como enfermeras especialistas, seguimos sus protocolos y sus pautas, pero también les acompañamos y estamos a su lado cuando están más agobiados, sobre todo con la ingesta alimentaria
Allí, las enfermeras son uno de los grandes pilares sobre los que se sustenta un equipo multidisciplinar que trabaja incansablemente para que los menores que acuden al centro se sientan acompañados, escuchados y, sobre todo, seguros. La principal misión de estas enfermeras es construir un clima de confianza en el que solo quepa la honestidad, especialmente cuando hablamos de adolescentes -conste que, esta vez, la metáfora arquitectónica no ha sido intencionada-.
La primera es María Dolores Serrano Justicia. Su misión principal en consultas externas es el apoyo al rol parental, con un programa ‘estrella’ que se basa en la Atención a los hijos de pacientes con Trastorno Mental Grave y que intercala con la atención a menores con otros diagnósticos. «Tienen (los progenitores) sentimientos de culpa, no saben qué hacer ante ciertas situaciones. Diría que, incluso, viven un duelo con lo que pensaban que sería su maternidad, y nosotras estamos ahí para quitarles ese peso».
Su trabajo se interconecta con el de las enfermeras del Hospital de Día: Concepción Vallejo Muros y Juan Ignacio Ferriz Calvo. Reciben pacientes con patologías muy diversas: «depresiones, algún episodio psicótico, mucho trastorno de la conducta alimentaria, acoso escolar, ansiedad, autoagresiones, ideas e incluso tentativas de suicidio», cuentan. A Concepción, que llevaba trabajando con adultos desde 1991, le costó el cambio. «Quería ser útil y buscar mi espacio muy rápido, aportar más», dice, porque siente una responsabilidad añadida al tratarse de menores. «Lo primero que intento es escucharlos, que no se sientan cuestionados, que sean capaces de confiar en mí y contarme cómo se sienten». Esa es la premisa imprescindible para, después, «poder ir trabajando con ellos». Tal es la relación que se forja que, aseguran, «nos cuentan cosas que no dicen ni a sus padres».
Juan Ignacio respalda cada palabra. «Una de las cosas de la que te das cuenta es de la importancia de intervenir en estas primeras etapas de la vida». Siempre con cautela, remarcan, «porque es difícil distinguir lo patológico de lo que no lo es y, simplemente, forma parte del desarrollo del niño». Pero estar presente en esos ‘primeros pasos’ hacia la adultez es lo que les reconforta, sobre todo cuando se trata, por ejemplo, de niños o adolescentes tea. «La simple interacción que puedas tener con él, aunque sea una sonrisa, una mirada, un gesto de cariño, ver que se puede relacionar de alguna forma… es lo más gratificante que te puedas imaginar».
Adaptarse al paciente
Algunas de las actividades del Hospital de Día en las que intervienen las enfermeras especialistas -en función de edades y necesidades- incluyen los talleres de relajación, habilidades sociales, hábitos saludables o la autorregulación emocional -sobre todo para diagnósticos de trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH)-. Hay grupos divididos por edad y patologías, así como consultas individualizadas. «Con TEA, por ejemplo, la dinámica es diferente porque eres tú quien tiene que acceder a su mundo; ellos no van a venir al tuyo. Las enfermeras tenemos que adaptarnos al paciente, siempre». Los viernes son el día destinado al Programa de Salidas. «Es como un entrenamiento para ver cómo se manejan cogiendo autobuses, haciendo alguna compra, relacionándose con los demás… las habilidades sociales e instrumentales, sobre todo, es en lo que más incidimos», explican.
Su dedicación con los pacientes del Virgen de las Nieves también llega a los centros escolares. «Nos desplazamos para presentarnos y explicarles a sus tutores lo que van a hacer con nosotros en consultas externas o en el Hospital de Día y por qué van a faltar a clase en determinados momentos. Nos sirve para recoger sus impresiones y recabar información muy valiosa sobre el entorno del menor y las dificultades que ellos aprecian en el día a día». La implicación emocional es inevitable. Consecuentemente, la frustración que va aparejada cuando algo no sale como se espera, también. «Intentas ver resultados, unas veces más lentos, otras más rápidos, otras parados (risas)… es lo que toca; hay que tener paciencia y confiar en el proceso».
Dinámicas que se vuelven a interrelacionar con el último escalón de la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil: el área de Hospitalización del Materno Infantil. Allí, se encuentra Silvia Torices Ruiz. Ella es una de las siete enfermeras de la planta, a las que se suman sus seis compañeras TCAE. Su trabajo es intenso porque el objetivo del servicio es ocupar todas las horas para que el ingreso sea lo más fructífero posible. «Lo que más recibimos son niños con trastornos psicóticos y TCA, que normalmente se unen a autolesiones, intentos de suicidio…». Unas problemáticas que siempre son duras de afrontar, más cuando hablamos de menores. «Les cuidamos como profesionales, como enfermeras, y seguimos sus protocolos y sus pautas, pero también les acompañamos, estamos a su lado cuando están más agobiados -sobre todo con la ingesta alimentaria- y a lo largo de la semana hacemos talleres muy protocolizados junto a las TCAE. Manualidades, psicoterapia, cinefórum, relajación…». Leyendo estas líneas, nuestra cabeza -por defecto prejuiciosa- puede pensar que es un tiempo banal. Pero nada más lejos de la realidad. Silvia cuenta que, además de la atención sanitaria básica, es fundamental incluir actividades para que estos niños y niñas se sientan en un entorno tranquilo, que fomente su estabilidad emocional y que les permita volver a conectar consigo mismos. Apreciarse, quererse y valorarse.
Lo más duro
Teniendo en cuenta que el ingreso suele ser un punto al que se ha llegado tras un largo camino -rara vez es una urgencia que deriva en hospitalización-, y que es una decisión con la que el o la menor no siempre está de acuerdo, para conseguir avances en su tratamiento es crucial un buen protocolo de acogida. Enfermería, TCAE y médicos trabajan en conjunto para lograrlo. «Vienen acompañados por el psiquiatra de la unidad y, dependiendo de su estado, con alguien de seguridad, aunque no suele ser necesario. Normalmente, el proceso es tranquilo. Es al revés: vienen temerosos, asustados, desconcertados, no saben lo que va a ocurrir…». Silvia hace una pausa, traga saliva y retoma la frase. «Les enseñamos su habitación, les presentamos a los compañeros y, luego, les integramos en las tareas que haya en ese momento. Procuramos no saturarlos e ir al ritmo que ellos nos marcan». El mimo con el que las enfermeras de Salud Mental Infanto-Juvenil ponen en práctica sus habilidades impacta, al tiempo que reconforta. Los demás profesionales que integran el equipo -psiquiatras, psicólogos, terapeutas ocupacionales- lo saben, y lo aprecian. «Confían mucho en nuestro criterio como especialistas en salud mental, en nuestras observaciones, en nuestro buen hacer… hay una gran relación de respeto profesional que permite que todo funcione mejor».
Tienen (los progenitores) sentimientos de culpa, no saben qué hacer ante ciertas situaciones. Diría que, incluso, viven un duelo con lo que pensaban que sería su maternidad, y nosotras estamos ahí para quitarles ese peso
En la hospitalización, narra Silvia, el vínculo se fortalece cada minuto. «Cuando los ves decaídos y hablas con ellos y ves algo de luz, cuando les propones talleres y les cambia la cara, cuando les consigues sacar una sonrisa o cuando te buscan para darte un abrazo… no puedo expresar lo que sientes. Como tampoco puedo expresarlo cuando te dejas la piel en su avance y en un permiso te enteras de que han hecho un intento autolítico. Te planteas cómo puedes llegar allí, a lo que tienen dentro, a esa profundidad… es lo más duro».
«Aprendemos de ellos», dicen las enfermeras, «cada día». Les dan las gracias por lo que les enseñan, por hacerles ver en lo que pueden mejorar para los pacientes que vendrán después. Son unas profesionales que ponen conocimiento y alma sobre la mesa, en una balanza que guarda un equilibrio perfecto y constante para no perder ni un gramo de humanidad ni de profesionalidad.
De nuevo, el punto de origen de este reportaje: la base, los cimientos sobre los que se sostiene todo. Menos mal que existen vigas robustas, como la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital Virgen de las Nieves de Granada, que no dejarán que caigan más casas. O, al menos, que no cejarán en el intento de evitarlo.