Dakar y Vitoria están separadas por alrededor de 4.500 kilómetros. Es el camino que Mbaye Gil recorrió siendo un adolescente. Desde hace diecisiete años vive en España. En este tiempo, se ha labrado un presente como enfermero y trabaja en un porvenir donde los cuidados son el eje de su vida. Mbaye tuvo que abandonar Senegal para alcanzar un futuro mejor. “Tenía quince años. Iba al instituto, como cualquier adolescente de cualquier parte del mundo. Pero en mi país la realidad es muy diferente. Mi padre murió cuando tenía siete años… Todo es incertidumbre. No sabes lo que va a pasar mañana. Veía cómo había gente que se marchaba, conseguía llegar a Europa y, después, mejoraba la situación de sus familias. Entonces, tomé la determinación de hacer lo mismo”.
Desde su Dakar natal, Mbaye logró llegar a Tenerife. De niño siempre le había ilusionado trabajar en una profesión con la que pudiera ayudar a otras personas, “dar lo mejor de mí”, recuerda. Cuando desembarcó en las costas españolas, no esperaba que unos enfermeros de la Cruz Roja le prestaran primeros auxilios. En ese momento, llegar a ser enfermero se convirtió en su principal objetivo en la vida. “Llegamos en malas condiciones, tras sobrevivir días hacinados en una patera: muchos deshidratados, otros muy débiles, con malestar general… Cuando menos lo esperas, ves que hay personas que se preocupan por ti y por tu salud. Fue una sorpresa. Me llamó mucho la atención y me dije que algún día yo quería hacer lo mismo. Lo tuve claro desde entonces. Quería cuidar como a mí me cuidaron”. Mbaye consiguió su propósito hace un año. En la actualidad, trabaja en el centro de salud General Castaños de Portugalete. Para afrontar la crisis sanitaria del coronavirus, lo trasladaron al Hospital Universitario de Basurto, en Bilbao. Ha sido un camino de 4.500 kilómetros y de 17 años de superación constante.
Barça Wala Barsakh
Barça Wala Barsakh. Es el lema con el que los migrantes africanos parten desde sus lugares de origen. “Significa: o llegas a Europa o mueres”, traduce Mbaye. Con esta determinación y con quince años, decidió buscar un futuro mejor. “Fue en junio de 2005. Salían muchas pateras a España. Mucha gente llegaba y de otras nunca se sabía. Pero las noticias que teníamos de quienes lo lograban es que conseguían trabajo. Poco a poco, fui investigando y hablando con personas hasta ponerme en contacto con los que organizaban los viajes. Les comenté mi situación. Quería marcharme a España. Me preguntaron si tenía dinero. Les respondí que era estudiante y que no tenía nada. Veía a mi madre sufriendo, siempre trabajando para sacarnos adelante. Quería mejorar la vida de mi familia. Me respondieron que sin dinero no me ayudaban y que todo el mundo pagaba 1.500€. Les dije que todo el dinero que ganara en España iba a ser para ellos. Decidieron meterme en una patera. Les pregunté cómo era y me garantizaron que iba a poder comer, dormir tranquilo y llegar bien… Todo fueron engaños”, recuerda.
Desde Dakar, Mbaye viajó en agosto hasta Casamance, en el sur de Senegal. De allí parten las pateras, pues los controles de vigilancia son menores. En un primer intento, frustrado, llegaron hasta Mauritania, pero los pescadores que la tripulaban decidieron regresar porque la embarcación se partía. Fueron diez días de angustia. “No sabíamos qué iba a pasar. Tuvimos suerte, porque salvamos el temporal. Pero todos sabíamos a lo que íbamos y lo que podía ocurrir…”. De nuevo a esperar. En octubre, lograron salir definitivamente y llegar hasta Tenerife. “Cuando desembarcas te alegras. Estás en Europa. Tu vida va a cambiar, va a ir a mejor. No piensas en los obstáculos que has salvado en el camino ni en los diez días, muy duros, de viaje, con el tiempo en contra. La gente pierde la cabeza, porque ves a personas muertas, flotando con sus chalecos, en el mar, en mitad de la nada. Esto te desmoraliza. Cuando pones pies en tierra piensas que todo ha terminado. Pero no es así. Empieza otro proceso más complicado aún”.
Desde cero
“Han pasado muchos años desde ese día, pero lo recuerdo perfectamente. Es como volver a empezar. Entonces no lo sabes, pero todo es mucho más difícil que alcanzar España”. El centro de internamiento de extranjeros de Tenerife y el centro de menores fueron los primeros destinos de Mbaye en España. “Primero estuvimos 40 días en el CIE. A muchos de mis compañeros los deportaron. A mí, al ser menor de edad, me llevaron a un centro de menores. Pero yo no quería estar allí. Quería comenzar a trabajar por mi familia y a pagar la deuda que tenía con quienes me trajeron a España. No me importaba estar en la calle. Pedía ayuda para marcharme”. Gracias a la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), Mbaye viajó hasta Sevilla y desde allí a Valencia. “Me dijeron que encontraría trabajo recogiendo naranjas. Me dieron el billete y 40 euros. No conocía a nadie y no sabía a dónde ir. Encontré a gente durmiendo debajo de un puente del río Turia. Me acerqué. Les dije que estaba igual que ellos y me dijeron que trabajaban en el campo, pero que no tenían hogar. Estuve seis meses durmiendo en la calle y trabajando en la agricultura. Hacíamos lo que podíamos. Cuando acabó la temporada de recolección, buscamos trabajo en Murcia pero no lo encontramos. Regresamos a Valencia y nos dedicamos al top manta. Era lo que había”. Así fue cómo Mbaye envió su primer dinero a casa, mientras aprendía a hablar español. “Había voluntarios que venían al puente los fines de semana a darnos clase de castellano. Yo sé hablar francés e inglés y esto me facilitó todo. Pero la situación era difícil. La venta ambulante es dura. Hay mucha persecución policial. Me detuvieron varias veces y pasé varias noches en el calabozo. Cuando sales, quieres cambiar, pero no puedes y terminas haciendo lo mismo”.
No obstante, su voluntad de cambio llevó a Mbaye a marchar a Pamplona para los Sanfermines y desde allí a Bilbao, la que es hoy su ciudad de residencia. “Después de pagar gran parte de mis deudas, pues había vivido en Valencia en un piso patera, y de mandar dinero a mi familia, me quedé con diez euros en el bolsillo. Otra vez a comenzar de nuevo. Compré unos calcetines y con ellos empecé a vender, durmiendo en la calle. Luego conocí a otros chicos, que me prestaron 50€ para comprarme unos CD y unas películas, y con esto seguí. Mi primer objetivo fue terminar de pagar el viaje a España. Conseguí que me suministraran más CD y películas. Las vendía a 5€. Ellos se quedaban con cuatro y yo con uno”. Tardó tres años en reunir todo el dinero necesario para pagar su deuda. Mientras iba de bar en bar, fue conociendo a gente y aprovechó para aprender bien el idioma, con clases de castellano. “Fue entonces cuando vi que era el momento de comenzar a estudiar”.
A por Enfermería
“Yo me preguntaba: ‘¿No sé cuándo va a llegar mi tiempo?’ Pero siempre tenía fe y me respondía: ‘Algún día me va a tocar a mí'”. Con esta actitud fue cómo Mbaye siguió trabajando por que la suerte llegara algún día. Comenzó a impartir clases de francés y consiguió un contrato en una academia. Esto le permitió regularizar su situación en España. Dejó la venta ambulante y encontró trabajo como camarero. Todo esto, mientras estudiaba Educación Secundaria Obligatoria en un instituto. Esto fue en el curso 2011-2012. “Seguía leyendo mucho y mejorando mi castellano. Mi objetivo era aprobar la selectividad, pero un profesor me habló de la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años y conseguí la plaza en el Grado de Enfermería”. Así fue como llegó el golpe de suerte. “Durante mis años de venta ambulante, conocí a una persona que me apoyó mucho. Le dije que quería estudiar y me ayudó a buscar información. Cuando conseguí los papeles, buscamos juntos el instituto en el que estudié. A mí me preocupaba la vivienda y me ofreció su casa. Gracias a él, solo tenía que ocuparme de estudiar y de seguir trabajando para mandarle dinero a mi familia. Con el paso de los años, decidió adoptarme y darme sus apellidos. Él fue mi golpe de suerte. Las cosas pasan cuando menos las esperas y yo tuve la fortuna de encontrarlo en mi vida. Gracias a él pude conseguir mi sueño de ser enfermero”.
Enfermero de Atención Primaria
A través de la enfermería Mbaye está canalizando todo su trabajo para mejorar la vida de las personas y de los colectivos en riesgo de exclusión social de su entorno cercano. Esta inquietud la reflejó en la misma Facultad de Enfermería de Vitoria, de la Universidad del País Vasco. En su trabajo fin de grado realizó un programa de educación para la salud para sensibilizar a los profesionales sanitarios sobre la mutilación genital femenina. “Es un problema bastante desconocido. Nos quedamos solo en el hecho de la ablación y es necesario profundizar en por qué se realiza; qué etnias y países la practican; cuáles son las consecuencias tanto a nivel físico como, sobre todo, psicológico. Muchas mujeres pueden sufrir estrés postraumático y depresión. Incluso sentimiento de culpa, humillación y vergüenza. Nosotros aquí podemos trabajar con las niñas en situación de riesgo, educar a sus familias y a toda la comunidad, podemos prevenir y evitar que sufran como sus madres”. Para lograrlo, Mbaye subraya la labor que las enfermeras pueden hacer desde la consulta de Atención Primaria. “Podemos trabajar mucho con estas personas y establecer una relación de confianza con toda la familia, tanto con el padre como con la madre. Vamos introduciendo, poco a poco, el tema, sin ofender, hablando con ellos las veces que sea necesario, sin que se sientan ofendidos, esperando que sean ellos los que estén dispuestos a hablar. Quizás sea en la tercera o la cuarta entrevista cuando nosotros podamos explicarles las consecuencias que sufren las mujeres”.
Así ha comenzado a trabajar ya Mbaye en su consulta de Atención Primaria, en el centro de salud General Castaños de Portugalete, donde sabe que tiene un ámbito de trabajo muy rico y diverso. “Por supuesto, todo el trabajo de educación para la salud y prevención que podemos hacer con población infantil y adulta. Y, claro está, podemos trabajar la diversidad cultural en la relación clínica con la población migrante. Esto nos puede enriquecer mutuamente, porque podemos aprender mucho ambas partes”. El objetivo de Mbaye es estar cerca de la población migrante. Para ello quiere seguir formándose. “Tenemos una diversidad cultural amplia, pero todavía nos cuesta comprender el mundo de la gente que viene de fuera, considerándome que también vengo de fuera. Como enfermero, puedo visibilizar nuestro trabajo. No solo entre mis compañeros migrantes, sino entre la población autóctona. Tienen que ver que la enfermería puede hacer por ellos mucho más de lo que se pueden imaginar”.
El propio Mbaye es un reflejo de los valores que deben identificarnos como sociedad. “El trabajo diario con los compañeros es muy bueno. Es verdad que en ocasiones algunas personas, incluso compañeros migrantes, se sorprenden de ver a un enfermero de raza negra. Llama la atención a primera vista. No estamos acostumbrados, todavía, a ver personas de otras nacionalidades y culturas en determinadas profesiones. Nos queda mucho por avanzar. Y esto es lo que también quiero transmitir: una persona inmigrante no se tiene que quedar en el lugar que dicen las etiquetas. Hay ciertas profesiones que están consideradas solo para la población migrante, pero también podemos acceder a cualquier ámbito del mundo laboral como cualquier otra persona que viva en el país. Querer es poder y si yo lo he conseguido, otros pueden hacerlo”.
Regreso a Senegal, quince años después
Desde que abandonó Senegal, con quince años, Mbaye tardó otros quince en regresar y ver de nuevo a su familia. Lo hizo con 30 años y ya como enfermero. Todavía recuerda la angustia y la incertidumbre que su madre vivió. “Cuando abandoné mi casa, tardé seis meses en poder hablar con ella. Pensaba que había muerto, como había ocurrido con mucha gente… Fue muy emocionante volver a verlos”, recuerda. Al impacto emocional se unió el profesional. “En algunos casos había mejorado, pero en otros muchos estaba peor. En educación, muchos niños no van al colegio. Y en sanidad, en muchos centros de salud no hay médicos, solo una enfermera o matrona que se ocupa de todo. Pensé, desde Europa y España podemos hacer algo”.
A su regreso a Bilbao, Mbaye comenzó a colaborar con diversas organizaciones solidarias, como Elastic Family, hasta que decidió poner en marcha la suya propia, Sunugaal. ” A nivel personal, estoy ocupándome de la educación de mis sobrinos, pero hay cientos de niños con familias sin medios económicos. Por ello, desde Sunugaal queremos promover un modelo de sociedad donde la gente tenga sus necesidades básicas cubiertas y se sientan libres y autosuficientes. Queremos trabajar para que tengan educación y sanidad para que los niños puedan emplear esa formación y desarrollar su país. Queremos evitar que tengan que abandonarlo en una patera, jugándose la vida para llegar a Europa y una vez aquí superar un proceso mucho más duro, buscándose la vida para sobrevivir. Queremos evitar esa tragedia y que si quieren venir hasta Europa lo hagan en otras condiciones. Esa es nuestra misión”, concluye Mbaye.
Sunugaal
Sunugaal es la asociación de cooperación pare el desarrollo puesta en marcha por Mbaye Gil para contribuir a mejorar la educación y la salud en su país de origen, Senegal. Toda la información sobre su trabajo puedes verla en sunugaal.org
Mbaye en Frecuencia Enfermera
Toda la experiencia de Mbaye Gil, desde su salida de Senegal hasta su graduación como enfermero te la contamos también en una entrevista en Sanará Mañana, el programa semanal de Frecuencia Enfermera. Escúchala completa.