El cuerpo habla, aunque, a veces, no sepamos – o no queramos- escucharlo. Recuperar el vínculo con él y entender sus necesidades puede ser el primer paso para sanar muchas de nuestras dolencias físicas, pero también mentales y emocionales. Y, en ese contexto, aparece la protagonista de este reportaje.
La primera vez que uno ve a Elena en un box de Crossfit – concretamente, en ‘Courage’, un centro ubicado en Móstoles (Madrid) – no piensa que esté delante de una enfermera especializada en cuidados intensivos pediátricos, con varios másteres a cuestas, madre de dos hijas y con un currículum deportivo que muchos atletas envidiarían. “He estado siempre muy relacionada con el deporte”, explica. Fue casi una herencia familiar, aunque no empezó como se esperaba. “Mi padre me apuntó a dibujo, a sevillanas… hasta que me fui a kárate con mi hermano”, recuerda, “y me enamoré”. Desde los 8 años hasta pasados los treinta, entrenó y compitió, “hasta que ya no pude compaginarlo con la vida laboral y familiar”. En el tatami, conoció también a su pareja, hace ya dos décadas. Él competía en kumite, ella, en katas. Más adelante, cuando las responsabilidades aumentaron, el deporte cambió de formato. “Lo más fácil con hijos pequeños es ponerte unas zapatillas y salir a correr. Me apunté a un club de triatlón, aunque era malísima”, confiesa riéndose, “pero, cuando lo llevas dentro, perdura”.
Su camino profesional tampoco fue convencional. Antes de Enfermería, estudió Magisterio en Educación Física. “En tercero de carrera dije “esto no es para mí”. No podía con ello. Me cambié a Enfermería”. Tras varios intentos de ser matrona – “yo creo que sería buena”, dice con convicción – y años dedicados a la UCI pediátrica, decidió seguir formándose. Lo suyo no era – ni es – estancarse. “Después de aprobar la oposición, me quedé como vacía, así que hice la carrera de Nutrición, y luego al máster de Fisiología, en Barcelona. Iba y volvía el mismo día. Una locura”. A ese máster le siguió otro, en alto rendimiento deportivo, centrado en deportes de resistencia. Ahora, se prepara para comenzar un doctorado. Su motivación: ser capaz de hablar el mismo idioma que los entrenadores y entender al deportista de forma integral.
Cuando hablamos de asesoramiento nutricional y deportivo, los adultos traemos ‘mochilita’. Patologías, hábitos, genética, epigenética (…). Esa mirada holística de enfermera me ayuda a acompañar mejor
Hoy, Elena acompaña en el cuidado de su salud a deportistas de diferentes niveles y disciplinas. Aunque muchos son ‘crossfiteros’, también trabaja con corredores, ciclistas y triatletas. Y no, no solo les dice qué tienen que comer, aunque forme parte de su asesoramiento. “Intento integrar la fisiología del entrenamiento con la nutrición”, explica. “Al final, se trata de entender cómo responde el cuerpo al estímulo que le das y, desde ahí, construir la intervención”. Para ella, el reto no está tanto en los datos, sino más bien en las expectativas. “Una de las cosas más difíciles es cambiar la mentalidad del deportista; quieren resultados inmediatos, y esto es un trabajo de medio a largo plazo”.
Cuando un nuevo deportista llega a su consulta, Elena ya ha hecho parte del trabajo. A menudo, gracias a las redes sociales. “Una enfermera tiene que investigar”, recalca, como queriendo matizar con un: “aunque se nos olvide”. Después, viene la entrevista completa. “Hábitos de vida, horarios, antecedentes, si tienen analíticas… y, en base a todo eso, planteo un proyecto personalizado. Siempre les digo que me hagan una crítica, que vean si les encajo, porque esto es bidireccional”.
Ser enfermera: la diferencia
Su experiencia clínica es una baza que le permite ver al deportista más allá del músculo. “Los adultos traemos ‘mochilita’. Patologías, hábitos, genética, epigenética… Y yo vengo de ver muchos contextos, muchas patologías. Esa mirada holística me ayuda a acompañar mejor”. El cambio, dice, también es emocional. “En la enfermería asistencial, es habitual que trabajes más con personas enfermas. Aquí, suelen ser personas sanas. El contraste es muy reconfortante”. Especialmente porque ha vivido esos dos ‘extremos’, nos intriga saber cómo hacía para que esa realidad en el hospital no consumiese su energía. La respuesta es clara: no perder el horizonte. “Cuando trabajaba en UCI pediátrica, mi misión era hacer que todo fuera más cómodo para el niño y su familia, sin dejar de hacer mi trabajo técnico. Eso te curte. Te marca. Pero también tienes que saber colgar el pijama y salir a correr”.
Una de las mayores características del trabajo de Elena es la individualización absoluta para con su deportista. “Yo no mido el tiempo de consulta, me bloqueo la mañana entera. Me gusta leer a la persona. Lo online ha facilitado mucho, pero el cara a cara es insustituible”. Un acompañamiento emocional que nota que se multiplica, por ejemplo, cuando atiende a mujeres con circunstancias personales diferentes donde, a veces, se ve reflejada. “En mujeres perimenopáusicas, sí noto que buscan ese extra de confianza. Saben que soy enfermera y que puedo entender mejor su cuerpo”.
Fernando, 28 años. Atleta de élite, diagnosticado de cáncer y asesorado por Elena:
Ella no te exige nada. No hay una expectativa de rendimiento ni de curación. Solo estar, respirar, moverte con lo que hay. Te ve entero, aunque estés roto. Y, sin decirlo, te recuerda que tu cuerpo sigue siendo tuyo, aunque duela
Casos como el de Leticia, una mujer que no compite, pero busca superarse cada día, revelan esa otra faceta de Elena. “Una de las cosas que más cuido es la baja disponibilidad energética en mujeres que entrenan. Muchas veces, se restringen calorías por estética o por rendimiento, y eso tiene consecuencias graves: amenorrea, desmineralización ósea… y, a largo plazo, osteoporosis”.
También está el caso de Fernando, un deportista de élite que llegó a sus manos poco antes de ser diagnosticado de un cáncer, con tan solo 28 años. “Él quería optimizar su rendimiento. Es un atleta con disciplina y cabeza. Empezamos a trabajar antes del diagnóstico, pero luego, claro, mi rol de enfermera se hizo aún más presente. La recuperación, la readaptación… fue un proceso muy delicado”.

Fernando y Elena, durante la entrevista.
Fernando, al principio, tenía la sensación de que su cuerpo “ya no le pertenecía”. Entre las pruebas, la medicación y los efectos secundarios, dice, “era como si fuera de otro”. Pero, poco a poco, comenzó a encontrarse, en gran parte gracias a Elena. “Ella no te exige nada. No hay una expectativa de rendimiento ni de curación. Solo estar, respirar, moverte con lo que hay”. La describe de muchas formas, pero resalta, sin duda, su empatía. “Que alguien te diga “no tienes que hacer nada que no quieras” parece muy simple, pero, cuando estás en un proceso así, es un regalo enorme. Ella te ve entero, aunque estés roto. Y, sin decirlo, te recuerda que tu cuerpo sigue siendo tuyo, aunque duela”.
En box o en consulta, lo que mueve a Elena es que aquellas personas que pasan por sus manos “se sientan bien y aprendan a cuidarse para envejecer mejor”. En definitiva, que, en este camino de la vida, “consigan ser un poquito más felices”.