Merche Cuello es nieta e hija de mineros. Sus tíos también lo son. Desde 1986, trabaja como enfermera en la empresa pública Hunosa (Hulleras del Norte). El 30 de junio de 2015 se prejubila con 51 años. Será su último día en el pozo San Nicolás. “Para mí, la mina es una cuestión familiar. Lo significa todo”. En estos casi treinta años, ha sido testigo del proceso de reconversión de la minería asturiana, abocada al cierre definitivo en 2018, según el plan acordado por el gobierno de España con la Unión Europea. Para entonces, Nacho Solana, enfermero en el pozo Santiago, tendrá 47 años. Afrontará un futuro incierto. “No dejas de pensar en que esto, tarde o temprano, tiene su fin.
Estamos esperando que nos digan lo que van a hacer. Tras haber estado casi quince años centrado en la misma tarea, me enfrentaré a un mercado laboral difícil, con gente joven muy preparada”. La prejubilación de Julio Artos sí coincidirá con el anunciado final de la extracción de carbón. En la actualidad, coordina los servicios de enfermería desde las oficinas de Oviedo. Lleva cerca de veinticinco años cuidando de los mineros, casi toda su trayectoria profesional. “Empecé trabajando en el Hospital de Asturias, pero pasé la mayor parte de mi vida en las minas. Aquí nuestra profesión no tiene nada que ver con la convencional. Es enfermería del trabajo. Te permite un ejercicio más libre y gratificante, porque te involucras mucho con el mundo de la minería, un ámbito laboral muy especial. Todo esto influye. Tienes un compromiso con los mineros, debes conocer su modo de trabajar y su medio”.
Hunosa, empresa pública estatal creada en 1967, sólo cuenta en estos momentos con cuatro enfermeros propios en su plantilla, que se completa con 16 profesionales subcontratados. Están destinados en los cuatro pozos que aún quedan abiertos, Santiago y San Nicolás en la cuenca del río Caudal, y María Luisa y Carrio en la del Nalón. Son los últimos vestigios de la industria minera asturiana, vertebradora de la vida económica y social de esta región desde mediados del siglo XIX. Nada tiene que ver el trabajo que realizan las enfermeras con la actividad que desarrollaban hace treinta años. “Cuando empecé en esta empresa, era un mundo tremendo”, recuerda Julio. “No parábamos en todo el día. Había 18.000 trabajadores y más de 150 enfermeros. Ahora, en total, somos 1.500. Éramos autoaseguradora y realizábamos todo el tratamiento y seguimiento de los obreros accidentados, desde la baja hasta el alta”. Para ello, tenían a su disposición dos hospitales, el de Adaro en el Nalón y el de Ablaña en el Caudal, hoy reconvertido en geriátrico. En cambio, en la actualidad, desempeñan funciones de prevención en salud, con los reconocimientos médicos anuales y los de reingreso al trabajo tras una baja, y asistencial, con las primeras curas en caso de accidente, derivados posteriormente a la Seguridad Social. “Antes hacíamos audiometrías, espirometrías, electros y placas de tórax, entre otras prácticas”, compara Merche. La carga de trabajo era tal, que cada enfermero tenía asignada una tarea concreta. Uno estaba en la sala de curas suturando y escayolando, otro realizaba las placas y un tercero era el responsable de los reconocimientos. “No parábamos. En el botiquín de María Luisa éramos dos médicos y tres enfermeras en el turno de mañana; una enfermera por la tarde y otra durante la noche”, recuerda Merche, que trabajó durante 23 años en este pozo.
María Luisa, que sigue abierto, es uno de los lugares más emblemáticos de la minería asturiana. Da nombre a su himno, también conocido como ‘Santa Bárbara Bendita’. Cuenta la historia de un minero, que regresa a su casa, con la camisa roja de la sangre de un compañero, y relata a su esposa, Maruxina, el accidente en el que han fallecido varios mineros. Cuando era una niña, el padre de Merche sobrevivió a un desprendimiento que lo dejó enterrado en un pozo. “Tenía ocho años. Vinieron a avisar a mi madre. Recuerdo cuando fue al hospital de Adaro. Esta experiencia te sirve a la hora de tratar con estas situaciones como enfermera. Las he vivido desde ambos lados. Después de tantos años, me ha pasado de todo. He realizado guardias mientras la brigada trabajaba para rescatarlos. Con ellos, siempre baja un médico y una enfermera. Otras veces, ya ha fallecido y lo llevas a la morgue, donde esperas al juez y al forense. Lo aseas y lo preparas para cuando llegue la familia, porque es costumbre que vengan al botiquín. Son ritos de la minería. También atiendes a los familiares”.
En España, el último suceso mortal en una mina se produjo en 2013. Fallecieron seis trabajadores debido a una fuga de gas grisú en el pozo Emilio del Valle, en la localidad leonesa de Santa Lucía. En Asturias, el último siniestro de grandes consecuencias ocurrió en 1995. Fue en el pozo San Nicolás y provocó la muerte de 14 mineros. “El accidente en la mina es muy extremo”, afirma Merche. “Parte de la base de que una fractura de dos tibias no es grave para nosotros. Pasóle el vagón por encima y rompióle las dos piernas. Nada, una inmovilización y para el Adaro. Estás acostumbrada a cierto nivel de heridas, brazos rotos, amputación de dedos… Cuando ya es más grave, como un desprendimiento o una explosión, es complicado que sobrevivan”.
El descenso en el número de mineros activos, el cierre de pozos, la mecanización de la extracción de carbón, las medidas de seguridad introducidas y la capacitación de los mineros han reducido la siniestralidad del sector, según explica Julio Artos. “Todos tienen una formación básica en primeros auxilios. Las minas cuentan con botiquines de emergencia para que los compañeros puedan atender a la persona accidentada hasta que llegamos nosotros. En otras ocasiones, ellos mismos lo sacan del interior en unas camillas especiales, denominadas canoas”. Para ello, reciben instrucción en un centro especializado. Antiguamente eran los propios enfermeros quienes impartían esta formación, coincidiendo con los reconocimientos médicos.
En caso de ser necesario el traslado de un obrero al hospital, cada cuenca dispone de una ambulancia. Para su trabajo en la mina, las enfermeras tienen un manual de protocolos, relacionados con la actuación de enfermería y con aspectos como el acceso al interior de la explotación. Nacho Solana trabaja desde hace seis años en Hunosa. En este tiempo, ha bajado en una ocasión. “Sólo entramos en caso de que el minero no pueda salir, porque quedó enterrado o trabado o tuvo un ataque de ansiedad y es incapaz de subir. Yo intervine una vez. Al final no tuvo consecuencias graves, aunque fue un accidente aparatoso. Una máquina cayó encima de un trabajador, pero quedó de tal manera que sólo le afectó a una pierna, dañándole la musculatura. Fuimos el médico y el enfermero porque quedó atrapado”. Antiguamente, las enfermeras entraban periódicamente, junto a los agentes de seguridad, para realizar simulacros en los talleres. “Ibas hasta allí para enseñarles a manejar la canoa o a poner un collarín, porque, en un momento determinado, son ellos los que tienen que inmovilizar al paciente”, recuerda Merche, quien destaca la responsabilidad que siente con su labor. “Cumplo con mi deber. Tengo asumido que mi trabajo es atender al minero. Por esta razón, considero que mi formación es imprescindible. Tienes que estar preparada para cuando ocurra un accidente. En este sentido, la empresa siempre nos formó”.
Un botiquín con nombre propio
Todos los pozos cuentan con sus propias instalaciones de servicio médico para la atención sanitaria de los mineros, conocidas por los trabajadores como botiquín. “La sala de curas es impresionante”, describe el enfermero Nacho Solana. “Aquí, en el pozo Santiago, llegaron a trabajar 2.000 personas. Es enorme y está equipada con todo lo necesario para atender a los operarios. Entonces había mucha actividad”. En estas dependencias “se hacía todo”, recuerda Julio Artos, actual coordinador de enfermería de Hunosa. “Suturas, escayolas, bajas, altas… Controlábamos el conjunto de la atención”.
La silicosis, principal patología
La silicosis, provocada por el depósito de polvo de sílice en los pulmones, ha sido la enfermedad laboral más común entre los mineros. Su prevalencia ha disminuido con el paso de los años. “Afortunadamente apenas tiene incidencia, La gente marcha antes. En el pasado, empezaban a trabajar siendo adolescentes y pasaban toda la vida en la mina. A los cincuenta años tenían los pulmones hechos una pena. Ahora entran con 18, como pronto, y gracias a las prejubilaciones su recorrido laboral es de unos veinticinco años”, explica Nacho. En el pasado, fue tal la prevalencia de esta enfermedad que en Asturias se ubica el Instituto Nacional de Silicosis, centro de referencia nacional para las enfermedades respiratorias de origen laboral. Su sede se encuentra en el Hospital de Oviedo, donde estuvo ingresado el padre de Merche. Fue entonces cuando decidió estudiar enfermería. “Primero quise ser ingeniero de minas, pero no tenía cualidades para dibujar. Luego me matriculé en Derecho, pero no me gustó. Coincidió con la estancia hospitalaria de mi padre y me hice enfermera”. De hecho, llegó a trabajar en el mismo pozo que su progenitor. “Era vigilante de primera. A lo mejor estaba en el turno de noche y tenía un relevo a su cargo. Si se accidentaba alguien, lo acompañaba hasta el botiquín y me explicaba lo que había pasado. También trabajaban allí dos tíos míos. Por eso solicité el cambio de mina. Cuando hay un accidente me pongo muy nerviosa. Atendieron mi petición y pasé a María Luisa”.
Es frecuente que las enfermeras tengan algún familiar minero, ya que habitualmente pocos profesionales solían conocer que Hunosa contaba con botiquines propios, como señala Nacho Solana. “Yo estaba haciendo sustituciones en un centro de salud. Entonces conocí a una enfermera que marchó a un pozo, porque su marido era minero, y me preguntó si quería ir con ella. Acepté porque era algo fijo”. La minería es un oficio de herencia y tradición familiar, organizado en torno a las comunidades cercanas a los pozos donde han residido los mineros durante siglos. “La mística que existe en torno al sector es merecida. Continúa siendo un trabajo muy duro, a pesar de las mejoras. Bajar a la mina sigue imponiendo respeto. No deja de ser un agujero en la tierra, a 500 metros de profundidad. Es un trabajo muy físico, casi todas las tareas requieren un esfuerzo importante. Todo esto ha forjado el carácter de los mineros”, subraya Julio Artos.
Merche Cuello, enfermera en el botiquín de San Nicolás. Hija y nieta de mineros.
“Para mí, la mina es una cuestión familiar. Me lo ha dado todo. Dio de comer a mi padre, a mi abuelo y a mí”.
La mina es el principal objeto de conversación en las reuniones mensuales de Merche con sus antiguas compañeras. Ella es la única que sigue en activo. “Tuve mucha suerte, porque son personas excepcionales. Nos vemos para comer. Somos una familia. Conocíamos a todos los trabajadores, ya que llevábamos todos sus cuidados. y vivíamos en la misma ciudad. Sabíamos quiénes eran sus mujeres. Nuestros hijos iban al colegio juntos…”.
El arraigo a la mina y la nostalgia por el pasado son sentimientos comunes de Julio, Nacho y Merche. “Crecí escuchando a los mineros hablar de picar, postear… Le tengo mucho cariño a esta empresa, porque me lo ha dado todo. Dio de comer a mi abuelo, a mi padre y a mí. Por eso me da tanta pena presenciar esta degradación”, concluye Merche.
En el interior de la mina
“La plaza del pozo es tan grande que se ve desde Google”, explica el enfermero Nacho Solana, quien tiene una vista privilegiada desde su despacho. “Al fondo, las montañas nevadas y, en primer plano, el castillete, la estructura que sustenta la jaula, es decir, el ascensor para acceder a la mina”. Merche Cuello aún recuerda la primera vez que entró, en 1986. “Apenas llevaba una semana. Fui con el agente de seguridad, que me enseñó los lugares de trabajo de los mineros. Había oído hablar de ellos, pero es distinto conocerlos. Me imaginé algo más claustrofóbico. Cuando bajas por la jaula llegas a las galerías. Son enormes y están iluminadas. Parecen una estación de metro sin alicatar. A medida que te vas adentrando, disminuye la luz. Ves gracias al foco de tu casco. El acceso al taller del picador sí es más complicado. Hay que trepar por una escalera rudimentaria de madera. Las vetas de carbón están apaisadas. Construyen una escalera vertical para acceder a la capa y, cuando la encuentran, pican con el martillo para que caiga”.
La enfermería del Museo de la Mina de AsturiasEl legado de la minería asturiana está comenzando a convertirse en un reclamo turístico. El patrimonio industrial está generando así nueva actividad económica, relacionada con su puesta en valor. Un ejemplo de ello es el Museo de la Minería y de la Industria de Asturias, ubicado junto a la antigua mina San Vicente, a orillas del río Nalón, en la localidad de El Entrego, municipio de San Martín del Rey Aurelio. Entre sus instalaciones, destaca una sección dedicada a la enfermería y la salud, que expone materiales y diversos artículos relacionados con la atención a los mineros.Los primeros servicios sanitarios de los pozos comienzan a implantarse a finales del siglo XIX, coincidiendo con el desarrollo industrial de Asturias. Se trata de casas de socorro y equipamientos asistenciales que atendían a los obreros enfermos o accidentados. Además, su actividad asistencial se extendía a la atención y prevención sanitaria del conjunto de la población del núcleo minero.
La enfermería del museo está inspirada en las instalaciones con las que contaban minas como las de Lieres, Figaredo o La Camocha, así como en el sanatorio de Adaro. Está compuesta por dos espacios, consultorio y unidad quirúrgica. Sus vitrinas, todas originales, exhiben diverso utillaje sanitario e instrumentos terapéuticos. También se exponen modelos anatómicos y patológicos, entre otros elementos de interés, que constituyen una muestra de la historia de la enfermería.