“Trabajar en Fontilles te marca como profesional. No estamos en un hospital o una residencia. Es otro ambiente, otra filosofía”. Así describe su labor Fátima Moll Cervera, enfermera y fisioterapeuta del Sanatorio San Francisco de Borja en Fontilles, Alicante. Con más de cien años de historia, abierto en 1909, el centro está considerado como la última leprosería de Europa. En él residen unas cuarenta personas con secuelas de la enfermedad y una edad media de 80 años. “No son enfermos. Son personas que han tenido la lepra y están negativizadas. Tienen algunas secuelas como discapacidades, pero están tratados y curados. La mayoría vive aquí. Ingresaron hace 60 o 70 años y se quedaron. Cuando se concedieron permisos para que regresaran a sus hogares, nos dijeron: ‘Ya no tenemos casa. Ésta es nuestra casa’. Han vivido toda su vida aquí, morirán aquí y serán enterrados aquí”.
En la actualidad, la incidencia de la enfermedad en España es casi nula. Según el Instituto Carlos III, en 2012 se registraron nueve casos. Sin embargo, hace cien años era un problema de salud pública, en provincias como Alicante, una zona endémica con 137 enfermos registrados. En este contexto, la colonia-sanatorio nace como una iniciativa privada, pionera en la época, promovida por el padre jesuita Carlos Ferrís, el doctor Mauro Guillén y el abogado Joaquín Ballester. “Fontilles es historia sanitaria de la provincia”, afirma Fátima Moll, responsable de impartir, en el mismo sanatorio, seminarios a los alumnos de enfermería comunitaria y nutrición de la Universidad de Alicante. “Durante la visita, les cuento que la filosofía inicial es muy del estilo Florence Nightingale. Cuando se inauguró, en 1909, recién se conocía el agente causal. El mycobacterium leprae se descubre en 1873 y se desconocía su tratamiento. Se creía que era muy contagioso, de ahí la necesidad de aislar a los enfermos. Por eso, en aquel momento lo único que se intentó fue mejorar las condiciones socio-sanitarias del enfermo, su alimentación, su higiene… Que viviesen en un sitio aseado, con buena ventilación e iluminación”.
La ubicación del sanatorio no fue casual sino una necesidad. “Todos los pueblos de alrededor eran endémicos. ¿Dónde lo crearon? Pues donde se necesitaba. Buscaban una zona con mucha agua, ya que muchas personas tenían úlceras tróficas muy evolucionadas y necesitaban higiene. En Fontilles hay muchas fuentes naturales. Querían una ventana al mar, porque creían que su aire renovado era bueno. Por eso estamos entre dos montañas donde se ven Denia y el mar. Además, nos resguardan del viento frío del norte”.
Rechazo social
Aunque todos los municipios cercanos presentaban casos de lepra, no aceptaron la existencia de Fontilles, como atestigua la muralla que lo rodea, construida entre 1923 y 1930. “Fue una obra faraónica, de varios años. Todos piensan que su finalidad era que los enfermos no se escapasen. Pero en realidad fue para acallar a los pueblos, que no estaban contentos con el sanatorio, a pesar de que en todos había enfermos que vivían en cuevas, aislados y escondidos. Sin embargo, una cosa es tener a dos o tres enfermos y otra un sanatorio donde han llegado a vivir más de 450 personas con lepra”.
Los archivos y la biblioteca de Fontilles constituyen un valioso relato sobre el impacto de la lepra, con documentos históricos como el libro escrito en los años 20 del s. XX por un sacerdote jesuita titulado ‘Cartas de otro mundo’, con los testimonios de las personas ingresadas. “Uno de los enfermos cuenta la contradicción que sintió cuando llegó al sanatorio. Nadie quiere vivir obligado en un sitio. Todos queremos libertad. Pero si tienes una enfermedad muy estigmatizante, como la lepra, y se te ha tratado con discriminación, cuando entras en un lugar donde el resto de la población tiene lo mismo, te sientes uno más. Él cuenta que en Fontilles se puede permitir el lujo de ser feo, no se tiene que esconder. Ésa es su contradicción. No quiere estar aquí, pero sabe que es el mejor sitio en el que puede estar”.
Cien años después, en el mismo pabellón conviven los antiguos enfermos de lepra con pacientes privados que llegan de otros hospitales para pasar el período subagudo de sus patologías, tras sufrir enfermedades como accidentes cerebrovasculares o fracturas de cadera. “Algo impensable hace treinta años”, subraya Fátima Moll. Además, el antiguo pabellón de mujeres es un centro geriátrico desde 1998. Mientras, el futuro de Fontilles pasa por convertirse en especializarse en la rehabilitación.
La enfermedad de la pobreza
Fátima Moll ha trabajado en los proyectos de cooperación de Fontilles, trasladando la experiencia en el cuidado de la lepra a países empobrecidos de América y África. “Las historias clínicas de Fontilles reflejan el contexto social de España hace cien años. Preguntaban: ¿Con quién vives en casa? ¿Compartes los cubiertos? ¿Hay insectos en casa? Lo que he visto en estos documentos lo he vivido ahora en India o Brasil”.
En el Valle de Fontilles se ubica la última leprosería de Europa. De él toma su nombre. Es un complejo de edificios, construidos entre 1903 y 1956, en una extensión de 74 hectáreas, ubicado en un paraje natural entre dos montañas que miran al mar. El lugar es historia sanitaria de la provincia de Alicante. Aún mantiene instalaciones originales como el laboratorio, de 1922.