Opinión

Los valores de Tintín y Astérix

Hace unas semanas, tuve ocasión de acudir a una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre el trabajo y trayectoria de Hergé, periodista e historietista por el que siento una profunda admiración desde mi infancia y adolescencia, cuando esperaba con ansiedad que llegara a mis manos cada nueva entrega de las Aventuras […]

25 enero 2023 / Número 31 2 minutos de lectura

Hace unas semanas, tuve ocasión de acudir a una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre el trabajo y trayectoria de Hergé, periodista e historietista por el que siento una profunda admiración desde mi infancia y adolescencia, cuando esperaba con ansiedad que llegara a mis manos cada nueva entrega de las Aventuras de Tintín.

El mundo del cómic constituye, sin duda, una forma de entretenimiento, aunque también es un medio inigualable para llegar tanto al público infantil como al adulto, transmitiendo información de forma dinámica y comprensible sin restarle fiabilidad. A través del cómic, se promueve el aprendizaje de muy diversas temáticas, y no podemos olvidar su capacidad para introducir al lector en valores éticos y sociales.

En este sentido, mientras recorríamos las salas que nos mostraban toda la trayectoria y evolución de los dibujos y las aventuras de Tintín, reflexionábamos sobre la importancia que tuvieron en nuestra formación los diferentes cómics de la época y qué aprendimos con ellos. Porque, en realidad, ¿quiénes eran Tintín, Astérix, Lucky Luke, Mortadelo… y tantos otros personajes que nos han acompañado a lo largo de los años? Todos tienen en común el hecho de que, tomados individualmente, son personajes bastante anodinos, que seguramente no hubieran despertado tantas pasiones ni hubieran sido seguidos como lo fueron y todavía lo son. Los personajes mal llamados secundarios son los que hacen la magia de la transformación, los que los convierten en los héroes que son, haciendo que muestren los valores que les caracterizan: la curiosidad, el respeto al diferente, la escucha, la defensa del equipo y un fuerte liderazgo que “conduce” y acompaña para lograr alcanzar las metas del equipo y no las propias, sin dejar a nadie atrás.

De todas las definiciones sobre liderazgo que he escuchado a lo largo de los años en diferentes foros, hay una que siempre recuerdo por su sencillez y claridad. Siento no poder referenciar el autor; no soy capaz de recordarlo, así que aprovecho para disculparme si en algún momento llega a sus manos el uso que voy a hacer de su metáfora. El ponente contaba cómo el director de una empresa, en su búsqueda de directores de equipos, preguntaba a los distintos candidatos cuál consideraban que era la pieza del juego de ajedrez más importante, aquella que podía resultar más determinante para alcanzar el objetivo. Superado un minuto de reflexión, todos iniciamos una discusión sobre la importancia de la reina, el alfil, los peones, el rey….

Finalmente, el conferenciante, con una sonrisa, nos dijo: “es el tablero, con sus 64 casillas, la pieza del juego que facilita y permite el trabajo de todas las demás. En él, todas las piezas saben exactamente dónde y cómo moverse, pueden desarrollar su potencial y la meta puede verse con claridad. Cada pieza, experta en su desempeño, necesita de un tablero que facilite su movimiento y le permita alcanzar una ejecución excelente”.

Y esto es exactamente lo que he podido constatar que ocurre en aquellos equipos de trabajo que destacan por sus prácticas excelentes: tienen líderes que no buscan protagonismo, sino que son el medio para alcanzar los objetivos de la organización y de sus colaboradores, y no los propios.

Etiquetas: enfermeria,Yolanda Núñez,Opinión